C'mon C'mon
⭐⭐⭐
A24 es la productora independiente que nos sorprende con joya tras joya, lamentablemente, y demostrando que nada es perfecto, ahora nos entrega "C'mon C'mon". Que no es mala, pero queda por debajo de sus demás películas.
El filme comienza con Johnny (Joaquin Phoenix, con una barba para intentar ocultar que fue el Joker) entrevistando a niños en Detroit sobre qué opinaban acerca del futuro, esto para un programa de radio o algo similar. Sin embargo, se ve obligado a ir a Los Angeles a cuidar a su sobrino Jesse (Woody Norman), quien es muy extravagante por tener alguna enfermedad mental, mientras que su hermana Viv (Gaby Hoffmann) tiene que irse a otra ciudad para intentar ayudar a su marido (Scoot McNairy), quien también sufre una enfermedad mental. Pero, cuando el viaje de Viv se complica, Johnny tendrá que llevarse a su sobrino a Nueva York y a Nueva Orleans para poder hacer las entrevistas que necesita. Es en este viaje donde Johnny tendrá que aprender a cuidar y a convivir con Jesse, a la vez que se encariñará de él.
Lo más interesante de la cinta es que explora la relación de un tío con su sobrino sin quererse volver su figura paterna, más bien es una relación de amistad en la que hay consanguineidad y cierta responsabilidad, lo cual rara vez se ve en Hollywood. Además, independientemente de lo desesperante y malcriado que pueda ser Jesse, sí se ve una buena química entre ellos. Siendo su relación lo más destacable de la película.
Porque Phoenix haciendo una actuación increíble no sorprende nadie, pero se nota que su interacción con Woody Norman dio sus frutos, pues, a pesar de su corta edad, logra hacer una interpretación bastante buena y convincente. Así mismo, toda las actuaciones son bastante contenidas, los personajes nunca están en situaciones límites o tienen que hacer una interpretación exageradísima de llanto o gritos como se espera que hagan los actores para demostrar sus habilidades. Lo cual se siente fresco y se agradece, porque te permite ver cómo los actores se las ingenian para transmitir todo de forma más contenida y con meras expresiones.
Sin embargo, su relación se ve opacada por una historia que no lleva a ningún lado. No hay un objetivo o meta que motive las cosas que pasan en la película, se siente como ver anécdotas de cómo estos personajes van mejorando su relación nomas porque están juntos. No hay ninguna presión para que los personajes tengan que hacerlo, por lo que, la película no cuenta una historia como estamos acostumbrados a verlas, solo reflexiona en torno a una relación y la infancia.
En ese sentido, la película se siente más como un documental reflexivo que como una historia de ficción. Incluso, la historia se interrumpe múltiples veces por entrevistas a niños que, con un lenguaje y sintaxis desesperante, intentan reflexionar sobre su ciudad y aspectos de la misma. Sorprendentemente, esta parte es mucho más interesante que lo que sea que estén pasando Johnny y Jesse, pues, al final, no lleva a ningún lado y el clímax es bastante insípido.
En ese sentido, es complicado entender porqué si el director y guionista Mike Mills quería reflexionar en torno a la infancia, incluye una historia insípida sin la más mínima causalidad ni objetivo para los personajes. Porque es claro que la película quiere referenciar al cinéma vérité y difuminar la línea entre documental y ficción, y genuinamente es muy interesante ver las perspectivas de algunos niños que sí se entrevistaron realmente y en contextos tan específicos como Detroit, pero la historia marco de Johnny y Jesse solo distrae.
La película es la clásica cinta hollywoodense que quiere hacerte sentir pena por un niño porque tiene alguna cuestión ("A Kid Like Jake", "Beautiful Boy"), pero que en vez de quererte dejar un bonito mensaje y sensación quiere verse intelectual y profunda, siendo pretenciosa. La elección del blanco y negro y la relación de aspecto más cuadrada no se siente justificada, como si buscara referenciar el pasado, el cinéma vérité o la nostalgia, pero al final en indiferente para la historia de Jesse y Johnny. Además, de poco sirve que se quiera sentir como una película profunda o para ponerte a reflexionar si la mamá está ahí para hacerte explícito todo lo que pasa y arrebatarte cualquier posibilidad de interpretación propia en el proceso.
Hay cosas buenas, se nota un cariño e interés de Mills por el tema, seguramente hay elementos autobiográficos. Además, cuestiones como la manera de presentar los mensajes mediante subtítulos es original, y referencia el trabajo más temprano de Woody Allen, aunado a que Mills no le tiene miedo a usar la voz en off y el montaje paralelo, aun con escenas en temporalidades distintas, para hacer avanzar la historia a mejor paso y darle más peso dramático a las escenas. Es bonito que el director no te subestime como espectador en cuanto al lenguaje cinematográfico, pero parece que creyera que eres un estúpido al momento de seguir la historia o empatizar con los personajes, constantemente te tiene que decir qué le pasa a los personajes y poner un letrero gigante con el nombre de la ciudad que los personajes ya mencionaron seis veces o el libro que están leyendo.
No es una mala película, propone un estilo diferente y lo utiliza para reflexionar acerca de un tema. Así mismo, se agradece que Mills sea consciente de que una actuación contenida por parte de sus actores puede ser tan buena como la más exagerada y llena de llanto, y crea una relación muy bonita entre tío y sobrino pocas veces vista en Hollywood. Sin embargo, la película se siente en extremo pretenciosa, los apartados técnicos no brillan en ningún momento y la única propuesta de dirección interesante es la recurrencia de ver la acción en marcos de puertas. La historia es desenfocada, sin causalidad, objetivos ni clímax, yo a penas y puedo llamarla historia. La verdad, Mills debió haber hecho un documental preguntándole a los niños lo que quería preguntarles, y ahorrarse el tener que inventar y filmar una historia en blanco y negro

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